Portadas de los libros “Cuentos felinos 9” y “Los once de Calibán”.
Portadas de los libros “Cuentos felinos 9” y “Los once de Calibán”.
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“Cuentos felinos 9” y “Los once de Calibán”: ¿cuentos exterioristas e interioristas?

En esta nueva entrega, Adalberto Bolaño Sandoval explora y analiza las semejanzas y diferencias entre estas obras. Se pregunta: Los del Caribe colombiano, ¿cuentistas y narradores exterioristas?

Por: Adalberto Bolaño Sandoval

“9 cuentos felinos”

El 8 de enero de este año, en las páginas de este medio, publiqué una reseña del libro “Cuentos felinos 8”, indicando la notoria calidad de estos textos.  El primer número estuvo signado por un esfuerzo propio de los autores a nivel económico y de distribución, quienes lo editaron en el 2014. Más tarde, y merced al apoyo de la Universidad del Magdalena, continuaron siendo publicados nuevos textos, desde el 2019, hasta llegar a esta última edición, la número nueve.

La mayor parte de los autores constituyen un grupo base: Martiniano Acosta, José Luis Garcés, Adolfo Ariza, Annabell Manjarrés, Guillermo Tedio, Clinton Ramírez. A ellos se han agregado otros escritores que, como en este último libro, hacen sus aportes: Jaime Cabrera González, Eneldo Deluquez y Víctor Yerena González. Se agregan para este ejemplar Naudín Gracián, quien ya había participado en el número ocho, Carmen Victoria Muñoz y Raymundo Gómez Cásseres, publicados en otros libros de la misma colección.

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Los cuentos de esta edición, disímiles, originales, creativos, nos hablan desde percepciones diferentes: la búsqueda de la libertad, en “El botón de la infamia”, de Martiniano Acosta, en una especie de texto minibreve; “Doc y el negro del tractor”, sobre la exportación de marihuana y robos entre sociosen la zona bananera, de Adolfo Ariza; “Una ratón llamado Epifanía”, de Jaime Cabrera, una especie de flautista de Hamelin, al revés; “El gato vuelve; ella no”, de Eneldo Deluquez, que, como su título lo indica, se refiere a la partida de una mujer ante la pérdida de interés de su pareja por su profesión de fotógrafo, especialmente por no tomarle fotos a ella.

Por otra parte, se encuentran “Mi papá”, de Raymundo Gómez Cásseres, un cuento dentro del cuento, y homenaje  de un taxista contador de historias a su progenitor; “Una pastilla efervescente en un vaso de agua”, de Naudín Gracián, un cuento-trampa, cuyo final se anticipa a mitad del cuento (y que no revelo para que lo lean); “Perro viejo”, de Annabell Manjarrés Freyle, una metáfora de la soledad, la libertad y el abandono; y, casi paralelo, como un homenaje a los animales, como el cuento anterior, “Eufrates no tiene memoria”, de Carmen Victoria Muñoz, un homenaje a los gatos viejos; “CR en las costas de Sudamérica”,  de Clinton Ramírez, en el que se recrea la historia de Robinson Crusoe como un conquistador en las costas del Caribe, y , para finalizar, “La leyenda de la cruel Martina”, de Víctor Yerena, que, contando con los mismos aires de fábula, nos presenta un clima intrigante y atractivo, para culminar con una resolución brutal.

Portada del libro “Cuentos felinos 9".

Todos los cuentos tienen una espléndida calidad, como los anteriores textos de esta colección, lo que me hace pensar que, de hacerse una antología de estas narraciones, quienes emprendan esta labor tendrán un complejo trabajo al respecto, porque en cada uno de los libros que tengo a la mano, a excepción de los tomos tres y cinco, cuentan con ingenio y creatividad sus historias.

“Los once de Calibán”

A partir de una convocatoria de amigos, como el primer libro de “Cuentos felinos”, “Los once de Calibán” amplía los objetivos de las anteriores narraciones fieras: dar a conocer y re-conocer el amplio espectro narrativo del Caribe colombiano. Porque, al igual que la poesía, se encuentran nuevas y originalísimas voces, pero el negocio editorial en esta misma región se encuentra “muerto”, y de allí que los mismos autores sean quienes pagan de su propio bolsillo las ediciones. Tanto en Cesar, como Sucre, Bolívar y Córdoba la producción editorial es un poco mayor, pero, aun así, no llegan a las librerías comerciales, salvo cuando los propios autores (o algunas editoriales de mediano alcancen) logran difundirlo. De la Guajira, ni hablar.

Y ni hablar de las gobernaciones o alcaldías, que promueven (cuando pueden, cuando extienden y “entienden” de su labor “cultural”) convocatorias, pero que se ahogan en sus pasillos burocráticos, o demoran en entregar los premios, o se cuecen airecillos de “ganadores” previamente escogidos, o en fin… se cocinan círculos kafkianos.

Pero bueno, retornemos. Y esos mismos amigos de los que hablamos sobre “Cuentos felinos”, impulsaron este nuevo cuentario, “Los once de Calibán”, cuyo título hace homenaje al personaje de Calibán, de Shakespeare, en su obra “La tempestad”, y cuya representación tiene que ver con lo salvaje, con lo caníbal  (proveniente de la deformación del vocablo Caribe, así como del término “caliboun”, derivada del romaní, con designación para “negro”) y primitivo, y, a su vez, constituye el antagonista de Ariel, quien personifica lo excelso y espiritual. Calibán y Ariel son servidores de Próspero.

En este cuentario aparecen “Escamas al sol de Ramón Bocachico”, de Martiniano Acosta, quien, a diferencia de los otros textos del libro, narra una historia aparentemente infantil o juvenil, sobre un personaje que, con su empatía y encanto, celebra su identidad y su libertad. Aquí, estos términos son sinónimos. Por su parte, Adolfo Ariza propone en “El perro” un personaje que, cada vez, se vuelve más oscuro, cuando es contratado para liquidar un canino. Este cuento había sido editado inicialmente en el volumen “7 cuentos felinos”. A diferencia (o, al contrario, a semejanza) del cuento de Acosta, la historia y los personajes se van transformando de manera evolutiva. Acaso todos estos cuentos tienen “personajes redondos y dinámicos”, aquellos que evolucionan y se complejizan.

En “El jinete de Chemak”, de Beethoven Arlantt, se muestra la relación entre Josefa y Julián, madre e hijo, quienes suben a la montaña a celebrar el cumpleaños de esa población o caserío. Hay allí un narrador que se nutre de la conciencia de sus dos protagonistas, mediante un lenguaje expositivo y lírico a la vez, buscando penetrar, poco a poco, en la conciencia de ambos protagonistas, y, al mismo, celebrar el camino, y, en realidad, a la reconstrucción identitaria del camino como un rito de elevación, de celebración del espacio y del rito a donde van.

Portada del libro “Los once de Calibán”.

El siguiente cuento (estoy relacionándolo en el orden del índice), “Saritula”, de Jaime Cabrera González, juega con la intriga y el dato escondido, en un juego de cartas y espejos, muy sorprendente al final. En igual sentido, “La palidez del señor Brum”, de Andrés Elías Flórez Brum, revela relaciones intrigantes y juegos especulares no solo con el cuento anterior, sino también con otro aparecido en “9 cuentos felinos”, exactamente con “Una pastilla efervescente en un vaso de agua”, de Naudín Gracián, al tratar sobre la disolución del individuo y la elevación de su ser hacia la nada, bajo elementos sorpresivos.

En el cuento “El monstruo”, Iván Darío Fontalvo, recuerda la trazadura de su novela premiada “La gran obra”, por su confección “noir”, negra, en la que un niño denominado igual que el nombre del cuento, hace de la vida de sus padres una dura prueba para su paciencia y equilibrio emocional, al  nacer con problemas en su cuerpo, pero en su sensibilidad. Con igual sentido de crueldad, Naudín Gracián, mediante otro modo de “realismo sucio”, en “El señor de la casa”, advierte sobre las consecuencias de la violación y el machismo, tras los cuales se urde el dolor y la violencia de la mujer mancillada. En “Hombres felizmente casados pretendiéndote” Annabell Manjarrés Freyle, como en algunos de sus cuentos ya publicados, imprime ironía y leve humor al encuentro de dos mujeres en el bus, de las cuales surge un diálogo sesgado sobre las incertidumbres de una de ellas sobre unos posibles amores, descalificados y burlados por la otra, pero contado con gran frescura y ají. Recuerda en mucho las situaciones de la escritora Clarice Lispector.

En “La pérdida”, Clinton Ramírez da cuenta de la transformación, como en muchos de sus relatos (en cuanto a la metamorfosis  de sus personajes) de un periodista aparentemente semimediocre,  a un ser con mayor completud en su vida, pero así mismo, con sus insatisfacciones y contradicciones. En “Huellas de perdices”, Vicenta María Siosi enfrenta el mundo cultural de la libertad de una niña wayúu frente a los lineamientos “civilizados” de las monjas, quienes, como todos los conquistadores y colonizadores, la tratan de floja y retrasada. Finalmente, Guillermo Tedio edita nuevamente su cuento “El resplandor de la oropéndola”, publicado antes en “Cuentos felinos 7”, en el que, como los ritos de iniciación sobre el sexo de los adolescentes, es narrado con sapiencia emocional.

Semejanzas y diferencias entre los libros: exteriorismo e interiorismo

Dejemos de lado que la mayoría de los autores son los mismos, en “Cuentos felinos 9” y “Los once de Calibán” pero, me pregunto: ¿existen diferencias entre los dos libros? Una de los elementos que vengo observando en la colección de los “cuentos felinos” es que la gran mayoría son cortos (si se piensa que en los relatos no hay límites), aunque la mayoría no pasen de 13 páginas. Algunos de ellos tienen dos páginas, mínimo. Quizás, de las colecciones mencionadas, los cuentos más cortos son los “Cuentos felinos 6”. Podríamos decir que hay cierto patrón en el paginaje para los autores. ¿Cuestión económica? ¿Límites editoriales programados? ¿Concepción o decisión de los autores? Largos o cortos, en todo caso, a cada uno de los cuentos nada le sobra o nada le falta. Pero hay algunos más largos que mantienen una excelente “respiración”, una máxima calidad.

Portada del libro "Cuentos felinos 7".

Lo anterior se puede observar en “Los cuentos de Calibán”, con “El jinete de Chemak”, de Beethoven Arlantt y “Saritula”, de Jaime Cabrera González, en los que, de alguna manera, los autores demuestran su pericia narrativa “in extenso”, en 10 páginas. Justamente, estos dos cuentos logran penetrar en las mentes de sus protagonistas. Caso contrario, ese ejercicio de interiorización no se observa en la mayoría de la “cuentos felinos”, en los nueve libros hasta ahora publicados. ¿Existe alguna propuesta “general” sobre por qué estos autores del Caribe colombiano narran desde lo externo, desde el “afuera” de los protagonistas de sus historias? Recordemos que, dentro de las propuestas de tipos de cuentos, existen fantásticos, de terror, etc., según sus temáticas. O desde el personaje: internos o externos.

La mayor parte de los cuentos “felinos” son narrados en tercera persona, así haya personajes protagonistas en primera persona. Algunas narraciones, sin embargo, parecieran estar en tercera. Los dos cuentos señalados antes, los de Beethoven Arlantt y Jaime Cabrera, a pesar de ser contados desde la tercera persona, el narrador se introduce en la mente de los personajes, consiguiendo efectos claves y comunicativamente de aparente mayor profundización. En los cuentos “felinos” muchas veces ese exteriorismo se conjunta con historias y tramas más ágiles, permitiendo una supuesta muestra de conflictos externos entre los personajes. En este sentido, si bien el cuento “La pérdida”, de Clinton Ramírez, observa incidencias interioristas del personaje, pareciera que, para la recepción lectora, llevara a resultados basados en una historia narrada desde fuera.

Los del Caribe colombiano, ¿cuentistas y narradores exterioristas?

Descartemos, para separarnos de los conceptos de manual y la IA, que los cuentos interioristas se desarrollan fundamentalmente desde el monólogo interior, pero, sí, concordemos que exploran y se desarrollan desde los pensamientos, reflexión y sentimientos introspectivos. Pero también descartemos acerca de la versión de que los cuentos exterioristas se refieren a elementos no comunes o cotidianos como los cuentos góticos o fantásticos. Como todos los conceptos estándar, estos simplifican y desvían la pluralidad conceptual y de la vida. Pero hipoteticemos lo siguiente: muchos de los cuentos “felinos” y “caníbales” nos arrojan una piedra en el camino, pensando solamente que, en estas selecciones, si fueran las únicas o ejemplos de una cuentística del Caribe colombiano, podrían plantear una escritura y ejecución exteriorista. Inclusive, algunos (pocos) de estas selecciones guardan algunas propuestas narrativas más hacia lo externo que hacia lo interno.

Y, ¿qué quiere decir lo anterior? Los cuentos interioristas son narrados desde la perspectiva de los personajes (homodiegético, la historia desde dentro), así sea en primera, segunda o tercera persona. Los exterioristas, son contados desde fuera (heterodiegético). Como en el cuento “El jinete de Chemak”, de “Los once de Calibán”, a pesar de que el narrador cuenta desde la tercera persona, alcanza a narrar desde dentro de la conciencia de los personajes, representando una narración interiorista, a pesar del narrador heterodiegético. Recordemos que existen, aparentemente, “normas” que, debido a la hibridez y amplitud de formas, dialogan, se rompen, se subvierten. La narración homodiegética permite involucrarnos de manera empática con la historia y los personajes, de manera intimista, pero, al tiempo, se observa un mundo más recortado. Desde la narración exteriorista, se observa un universo más amplio, muchas veces más dinámico

Pero, para recordar, dos escritores del Caribe colombiano que introdujeron la perspectiva interiorista en el cuento fueron García Márquez y Cepeda Samudio. Desde “Ojos de perro azul”, del primero,  algunos son narrados desde el universo interior de sus personajes, así sean (pocas veces) relatados en tercera persona. Aunque, normalmente, el narrador se acerca con su lupa síquica al pensamiento de sus personajes. Solo un ejemplo de “Eva está dentro de su gato”: “De pronto notó que se había derrumbado su belleza, que llegó a dolerle físicamente como un tumor o un cáncer”. Estos verbos conllevan una “estética de los sentidos”, una recreación desde los sentidos, lo que permite trazar, aún más, un mundo del cuerpo que conlleva a lo íntimo: el cuerpo que siente y se conecta con lo interno.  O, en grado sumo, en “La hojarasca”, el niño que se muestra entre lo externo de su cuerpo y lo interno de su mente, recreando lo “otro”, lo sentido en el cuerpo-mente, representando el culmen interiorista de la novela garciamarquiana. Allí podemos considerar los aportes de Virginia Woolf.

Por su parte, Cepeda Samudio en el cuentario “Todos estábamos a la espera”, encontramos diferentes versiones del ejercicio de interiorización. En “Intimismo” (pero se pueden escoger muchos más), por ejemplo, las sensaciones nos hablan del ser que siente y vive y piensa, pero que se observa en su conciencia todavía a mansalva: “Y con el primer sonido el sombre sintió. No pensó, esto comenzó mucho después, sintió, solo sintió.  Desde ángulos invisibles le llegaron las sensaciones. Primero lentamente. Luego en desorden y simultáneas”. Estos cuentos de Cepeda Samudio parecieran una traducción al revés del “Nouveau roman” francés, que exalta el exteriorismo, donde lo literario se fundamenta en la objetividad y, al mismo tiempo, la recreación de la palabra por sí y para sí misma. Pero, en el escritor barranquillero-cienaguero, más allá de las limitaciones de esa narrativa francesa, sobresalen la pérdida del ser humano en y por la escritura, un retorno al yo, al intimismo, al mismo tiempo que una exaltación de la escritura centrípeta en busca del ser de los personajes.

Las novelas posteriores de estos escritores significativos tradujeron una escritura, de alguna manera hemingwayana, objetiva, un poco saroyiana, pues Saroyan suele utilizar las dos técnicas. En fin, en concordancia con las búsquedas del continente americano del momento, en muchos aspectos y situaciones, sin dejar de dar a conocer los pensamientos y la calidad externa e histórica de estos personajes y sus historias.

Reitero: la cuentística aparentemente exteriorista que hemos expuesto para estos escritores del Caribe colombiano, llama la atención por esos supuestos modos de narrar: ¿es esa una característica llamada a proliferar? ¿Es un modo “general” de contar? ¿Existen otros escritores, por fuera de estos textos mencionados, que, merced a esas ediciones y distribuciones mal planeadas, que nos plantean modos intimistas de contar?

Habrá que esperar que salgan cuentarios que traigan esos cambios y otras tempestades. Sin demeritar en nada lo hasta ahora publicado. Estilos y modos de contar, lo que importa es la buena escritura y la excelente calidad, como hasta ahora lo comentado.

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